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Mostrando entradas de junio, 2013

Las horas de mi cama

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Tropezar con infinidad de  ombligos hasta encontrarte  en el lugar donde se estremece la inocencia.  Ser el artista de tu inmoralidad y relatarte impúdica en mi lienzo. Descubrirte entre las horas de mi  cama y atraparte en mi tiempo.  Mirarte con los ojos congelados y confinar tu cuerpo en mi memoria. Lacerar tu alma desde mi pena  hundida y llorar tu ausencia en el techo. 

Sirena hastía

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Cuentan que cada noche caminaba perdida en la arena, y que trenzaba conchas en su vestido de sal. Que se convirtió en sirena hastía, y que con llantos heridos espantaba marineros. Dicen que en las noches de luna llena se le ve entrar en el agua, y que su pálido cabello se pierde en el reflejo de la luna. Cuentan que los días de temporal se le ve susurrando una canción de cuna desde su claraboya, y que la luz de un candil descubre huellas caducas en su cuerpo. ¡Qué tan sola estás, sirena hechizada! Que sólo el brillar de un viejo faro basta para la esperanza.

Declaración de pretensiones

No quiero más bocas preciosas  mugrientas de mentira,  ni miradas dispersas que revelan omisión. No precipitarme en el abismo de la duda, ni sorprender  la pena en mi ventana.  No quiero más muertes de  lágrimas inocentes en masa,  ni encadenar mi alma cansada al primer vestido  corto que se insinúe. Quiero un pacto de guerra en sus caderas,  una batalla en su ombligo,  la muerte en su pecho. Quiero resucitar en su boca,  anidar en sus ojos  y mecerme en su pestañeo. 

Síndrome de Estocolmo

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Soñé con Plutón en llamas,  y que un río de lava congelaba  una ciudad de cristal.  Soñé que era reclutado por  los hombres de las nubes,  para erradicar el tráfico de  mentes e ideales.  Soñé con pulcros señores de  refinados modales matándose  por el último pedazo de pan. Soñé con un infierno que  advertía incienso y con un cielo  teñido de sangre… Soñé que el miedo me raptaba y al despertar sorprendí lágrimas en los ojos al verme libre y lejos de mi raptor. 

Tu huella

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Indignos los ojos, bisoñas las manos; la cercanía de tu cuerpo. Precaria la boca, torpe musitar; el contacto de tus labios. Sabes húmeda exquisita. Sientes cálida animal. Reptando entre sábanas, suspirando entre ajetreo. Sellas tu viaje en mi cuerpo.  Tu huella en mi camino.

El éxodo de los locos

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Como dos peregrinos, sin origen ni destino. Una historia virgen. Un libro en blanco. Un camino que se reviste con cada paso. Sin más equipaje que la incertidumbre y la imprudencia. Sin la esperanza de encontrar paraísos, ni verdes prados. Sin héroes ni heroínas. Sin proezas ni odiseas. Sin flores ni sortijas. Sólo dos locos caminantes y un petate cargado de posibles.

Tengo

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Tengo los pies curtidos de caminar sobre rescoldos que sólo yo vi  arder y las manos agrietadas por el frío de corazones en reposo.  Tengo quebrados los nudillos por golpear murallas subestimadas  y la conciencia ronca por gritar en sueños lo que no me atreví despierto. Tengo la camisa manchada de tinta por las puntadas a discreción  que dio mi pluma, y la pluma cansada por los nombres que sentenció.  Tengo una lengua blasfema desencantada por venerar dioses ficticios,  y las rodillas quebradas por la clemencia derrochada.    Tengo los ojos deteriorados por no mirarte  y el alma exhausta por no verte.

Matándoteme

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Aquí me veo, viéndote morir, mientras clavas tus pupilas mortecinas en mi  sonrisa susurrante. “Ya falta poco, mi amor, no tengas miedo”.  Y es que ya no quiero seguir oliendo tu pelo, tocando tu cuerpo,  besando tus párpados. No quiero tocarte, ni que me toques.  Y que este puñal que hundo en tu pecho, se hunda en la memoria  y destroce tus caricias. Que borre tus huellas, las mías, las de la historia.  Que el acero desgarre tu vestido y las lunas que juntos vimos nacer.  Que se abra camino entre la piel que cada día vi brillar y  la empape de sangre, borrones y bruma. Y que cuando por fin  se apague tu vida, apague también este amor perfecto,  estas ganas de amarte y que me ames, este loco desconcierto.  Porque no soporto vivir un día más sin saber cuando nos separaremos.  No permitiré que nadie más que yo sentencie nuestra leyenda.  Y  ahora te vas, viéndome morir, mientras clavas tus pupilas  susurrantes en mi sonrisa mortecina.