Creo que en mis últimas entradas, incluso en comentarios dispersos por la red, he dejado clara una postura de indiferencia y aversión hacia la religión, pero siempre he querido justificar dicha oposición, con lo que es para mí uno de los principales pilares de mi ideología. Crecí en un hogar “pseudo católico”, donde nadie me intentó inculcar ninguna creencia, pero en el que se tenía por tradición una cierta fe. Me bautizaron, según he sabido después, en contra de mi voluntad, y tomé la primera comunión. No por una férrea pasión por cristo, ni para salvar mi alma, simplemente porque sabía que ese día sería el único y verdadero protagonista, y cómo no, por los regalos que iba a recibir, entre los cuales no esperaba una “hostia”. Realmente no creo que ningún/a niño/a de 8 o 9 años vaya a su comunión feliz porque va a recibir a cristo, de hecho, ni siquiera creo que sepan con certeza quién es. Más tarde quise ser monaguillo, y una vez más, no era por devoción o vocación, sin...