La duermevela
Lléname de ruido las horas,
de sueños preciosos la
almohada.
Déjame entrar
en tu piel y atravesar
desnudo tu perfume de
excesos.
Cambiar las agujas
de tu reloj por medidas
de tiempo en latidos y
convertir el suelo de tu
alcoba en el fruto prohibido.
Y nunca más pisarlo por
temor a la condena eterna
del vacío y la ausencia.
Róbame la idea de la muerte
a empujones por el pasillo,
llenando cada baldosa
de cantos a la libertad
de tu entrepierna.
Enrédate conmigo en una
duermevela de dos cuerpos
y un corazón, para ceder
al sueño nuestro destino.
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