La visita




Plantado, barba al pecho y vetusto sombrero, en un sillón roñoso que perdió en veranos sus colores. Mirada al frente, no a la pared, no a la ventana. Mirada al frente. Buscando más que un cristal cementerio de lluvia. En la mano izquierda, una colilla exhausta seguida de una cola de ceniza que se mantiene con entereza pegada al filtro. En la derecha, un viejo rosario oxidado y borracho de rezos a dioses sordos. De vez en cuando, desvía la mirada ligeramente a la derecha, tanteando un reloj del que sólo recibe balas; confesor y custodio de pecados cosidos a surcos en su dura piel. La visita se retrasa. Y cada golpe de viento en la puerta enciende en sus ojos grises el anhelo de una parca desmemoriada.

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