La huida
No queda más que
rezar
a la virgen de la
huida en
esta tarde vacía de
otoño
que me ha convertido
en
una pena sin alma y
deja
inertes mis manos.
Y abrigarse del
viento
de lejanía que trae
riñas
en forma de hojas
muertas
y desordena mis sábanas.
Si al marchar te supe
querer, te amaré en
el regreso.
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