Inmortal






Poco tardó la madrugada en arrodillarse
cuando se le aflojaron las cadenas de su
garganta. Cayó prisionera de sus pasos
y su chaqueta de cuero. A la espera de
otro disparo, de otra discordia entre
cuerpo y alma. Elevado al rey de las
sombras, se quitaba la sangre con más
sangre, y los gritos, con más gritos.
Masticaba uñas la luna, que agachaba
la cabeza en su presencia, para evitar
un cruce de miradas. Y se declaró
inmortal, pues no había vida que
arrebatarle, no más vida que la que
restaba en sus cartucheras, ni
más muerte que la que arrastraban
sus suelas.

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